viernes, 2 de julio de 2010

PerdienDo La Cabeza

Ansiedad.

Me cuesta respirar. Todo es insuficiente. Todo es nada. Pierdo más y más tiempo, pero no hay nada que pueda hacer que lo evite.

Salgo a caminar. No, no salgo. Quiero salir, pero no puedo. Me autocompadezco. Lloro y lloro. No hago otra cosa que llorar... Y VUELVES.

Eso lo explica todo: he vuelto a perder el control.

Tú me creas ansiedad. Hago un drama. Intento respirar profundamente, pero me quedo a mitad. No me concentro. Odio llorar porque hace que me duela más la cabeza... y nuevamente, no tengo forma de evitarlo.

Los mismos planes en mí carecen de sentido. Cuando apareces, dejo de ser lo que soy. Y me convierto en lo que represento para tí. Soy obsesiones, rutina, adicciones, falta de voluntad. Soy mi cuaderno rojo de Oracle. Me estoy ahogando.

Me desmorono, y ni siquiera estás aquí para verlo... No, no has vuelto, sólo has vuelto a juguetear con la idea de volver. Ahora que lo sé, respiro. Esta vez ni siquiera me ha dado tiempo a decepcionarme.

Haz lo que quieras.

Soy yo la que debe recuperar el control.

jueves, 1 de julio de 2010

VérTigo

Siempre hay un momento. Una persona, una mirada, una frase bien o mal interpretada, un pensamiento.

De repente, notas que algo ha cambiado. Y no sabes si será a mejor, o a peor; pero en este momento da lo mismo, porque algo ha cambiado. Yo, como yonkie confesa del dolor, vivo en permanente estado de alerta, desconfiando de eso que llaman felicidad. Levanto la vista y, mi mente, que va por libre, empieza a divagar, menuda novedad. Y observo otra vez, con otros ojos, los remiendos de mis lienzos, los toco, y encuentro esas dudas, esos recovecos de misterio en los que me suelo perder, y por enésima vez vuelvo a plantearme qué es la felicidad, ese estresante término que lo engloba todo, pero que no dice nada. Se ha echado a perder por mal uso; lo hemos corrompido y sobrevalorado. Es una ilusión, como la idea de libertad, como la existencia de Dios; algo inventado por nosotros y en lo que necesitamos creer para sentirnos más seguros. Y yo, que nunca he sabido mirar a largo plazo, que creo en los días, en los momentos, en las personas, y en las casualidades, que me niego a vivir de ilusiones, propongo mi palabra: vértigo.


Y durante un segundo, o quizá algo menos, siento que puedo ser capaz de cualquier cosa. Mi inevitable bipolaridad va a acabar conmigo, lo sé, y mi eterna alma romántica sólo empeora mi locura, pero es que el vértigo que recorre el cuerpo, indicando que algo va a ocurrir, y que, durante unos momentos al menos, dice que nada va a ser como antes, es lo más parecido a la felicidad que podemos sentir, porque, simplemente, nos hace sentir vivos. Y vivos, somos inmensamente felices.